martes, 15 de julio de 2014

El mar del norte.

Apenas faltan unas horas...

-Cuando escucho la palabra "playa", mi mente se deja llevar a las llegadas de cada viaje a ella. Ya sea de día o de noche, haga frío o calor, lo primero y que más recuerdo de mis viajes desde que era una cría hasta ahora es ese olor junto con la brisa del mar. El hecho de bajar la ventanilla y sacar la cara para empaparme de esa esencia que desprende la zona costera del norte.

El poner las maletas en aquel ascensor endiablado y subir corriendo por las escaleras para llegar antes que el resto. Ser despertado por la melodía de las gaviotas, asomarte a la terraza y divisar el mar, el faro al frente que te ilumina por la noche y las montañas al lado derecho. Echar un vistazo a las terrazas y darte cuenta que todo cambia en un año y que no todos siguen en ellas.

Cambiar el asfalto por arena y el agua con cloro por agua salada, el decir y las voces de la gente del norte con los de la capital, su vestimenta siempre tan bien puesta y poder ver en alguna ocasión a la marinera entrenar o en competición.

Aquel tiovivo que había en el paseo marítimo y del que tanto disfrutamos en su día queda ahora para los niños mientras es mirado con nostalgia. Por ese mosto con aceitunas que tomamos como aperitivo para refrescarnos después de la playa y que tenemos como rutina. Por jugar a adivinar el color de la bandera ese día, el hacer el loco con las palas y la pelota ya que atrás quedó el cubo con la pala y el rastrillo...

Porque los recuerdos y las anécdotas siempre permanecen pero el tiempo nunca se detiene.

Toda una vida yendo a ese bonito lugar que por días te hace sentir la persona más poderosa.



Castro Urdiales , Santander. 




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